martes, 23 de febrero de 2010

YAYA

La abuela me hacía tostadas todas las mañanas. Yo tenía 13 años y estaba en plena adolescencia, hecha una gilipollas y pensando en los chicos que me molaban todo el tiempo. Los fines de semana salía con mis colegas de marcha y ella me esperaba despierta hasta que llegaba. Yo tenía 13 años y me enfadaba cada vez que entraba por la puerta y la veía ahí, sentada frente a la estufa de butano en su sillón de orejas. Me quedaba estudiando por las noches y hasta que no me iba a la cama, la abuela no se acostaba porque se ocupaba de traerme cafecito caliente y galletas o bizcocho recién hecho. Yo tenía 13 años y me jodía que me molestara entrando y saliendo porque además de estudiar, aprovechaba para escribir mis cosas, para escuchar en la radio programas no aptos para gente de mi edad o para leer el "Super pop".

Mi yaya me acompañaba a coger el autobus cuando me iba de acampada con mis amigos, con la mochila llena de comida rica que ella había preparado durante toda la noche anterior. Yo era una imbécil que se sentía controlada y siempre le decía que se diera la vuelta una esquina antes de llegar al lugar de reunión. La abuela Concha me pedía que la ayudara con las compras o que la llevara a la peluquería y siempre, en público, se le llenaba la boca de flores hablando de su nieta, la que hacía un programa de tele, la que escribía “es la pequeña y es muy inteligente”…. La pequeña de sus nietas, que no era tan inteligente como ella pensaba, ponía cara de culo ante sus elogios y la dejaba sola hablando, avergonzada del orgullo de la abuela...

La abuela me hacia tostadas y hoy, que sus cenizas reposan en un lugar privilegiado de esta casa, deseo con toda mi alma despertar cada mañana escuchando cómo se acercan sus pasos chiquititos por el pasillo para que me diga “niña, el desayuno”. Nunca más sentí que todo estaba en su lugar como cuando la abuela, me preparaba aquellas tostadas por las mañanas.



Jinchita

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